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martes, 27 de enero de 2015

Marca España

Cuánto me gustaría leer que la marca España tiene que ver con la Educación y la Investigación. O al menos oírlo.

Pero no, todo lo contrario. Porque los que están más arriba no lo están por méritos y buenos CV. Entonces: ¿para qué van a impulsar la Educación y la Investigación?, ¿para que les quiten el puesto los más preparados? ¡Anda ya!

Algunos españoles se van quitando ya las legañas económicas de la crisis. Nuestros problemas no van a cambiar de la noche a la mañana por cambiar unos políticos por otros, ni por algo que sea rápido y calificado como urgente.

Requiere mucho esfuerzo personal de cada uno y sin tiempo, para largo, siendo constantes…por eso es tan difícil…y para muchos imposible.

El mayor capital de un político no radica en su capacidad de gestión, ni en la riqueza de su ideología, si no en la habilidad a la hora de conspirar, crear alianzas, corromper y, llegado el caso, traicionar a quien sea necesario con el fin de alcanzar el poder. Éste es el lado oscuro del talento político. Para ello, el político triunfador, tiene que tener don de gentes, carisma, capacidad de oratoria e interpretativa y un perfecto dominio de la escena mediática. Competencias indispensables para embaucar a las masas. Su credo es santificar a su partido y dignificar a sus fieles militantes y adeptos votantes.

En España llevamos un siglo padeciendo a los más estultos, ridículos e incapacitados políticos y mandatarios. Líderes sin carisma, sin estudios de nivel, sin talentos destacables; incapaces de hablar otro idioma que no sea el castellano. Politicuchos de tres al cuarto con una oratoria vulgar. En cualquier otro país pasarían desapercibidos, serían imperceptibles, pero en España llegan a ser Presidentes del Gobierno. Algunos, demostrando incluso síntomas inequívocos de enfermedad mental, son reelegidos.

Actualmente, como Presidente,  tenemos a un hombrecillo mentalmente acomplejado, estólido, sin personalidad, lleno de traumas, que se oculta tras un plasma para no evidenciar una vez más públicamente su incapacidad intelectual ante preguntas incómodas de los periodistas. El mismo que, siendo ya Ministro, abandonaba el Hemiciclo para encerrarse en su despacho a saborear un puro mientras veía partidos de fútbol. El vago, el hipócrita al que se le llena la boca al decir España, españoles,…el egoísta al que le importa más el fútbol que “arreglar el país” premiado como Presidente del Gobierno de España.

Pero mirémonos el ombligo: somos los responsables, los únicos culpables de que tales mostrencos lleguen a ser Presidentes del Gobierno. La sociedad española, desde tiempos inmemorables, tiende a premiar al bruto, al necio, al zafio y, sobre todo, al que ondea más alto y más fuerte su bandera de la ignorancia.

No conozco a otro país que recompense tanto la ignorancia.

Y es que, España, lo hace tanto que lo eleva a virtud, a idiosincrasia nacional. Vamos, que: “somos así”, y encima hay que aceptarlo.

La televisión, cual potente imán magnético, aúna los mejores ejemplos de ignorantes importantes y mediáticos borregos. Los nuevos gurús a seguir y jalear. Todo ello para que vivan como privilegiados gracias a su deformidad psicológica. Esto no se queda ahí, en la tele, se eleva a mandatarios y dirigentes de la res pública, de la cosa pública. Lo peor es que, aun sabiéndolo, no hay oleadas de indignación hasta el punto de provocar el cese de sus cargos públicos. Solamente el chascarrillo y el chiste fácil en pasillos, bares y tertulias de ascensor.

¿Por qué España premia tanto la ignorancia?

La identidad de una persona se conforma en base a dos factores: internos y externos. Personalidad e Influencia Social. La influencia social del español tipo lleva incorporada la promoción de la indignidad personal y el envilecimiento voluntario. El español tiende a rebajarse como individuo, tanto que tiene una deformada visión de sí mismo y, por supuesto, de los demás españolitos.

Para superar esto hace falta esfuerzo. Casi nada.

La enorme diferencia entre vivir teniendo dignidad y vivir sin tenerla radica en el esfuerzo que cada persona debe dedicar a la construcción de su propia identidad. Tener dignidad y decencia supone una lucha constante contra esa idiosincrasia de la ignorancia heredada y que nos anega. Esforzarse continuamente para estar a la altura de la visión que se quiere tener de sí mismo, de manera crítica, sin dejarse pisotear ni humillar por nadie, defender sus derechos y su identidad contra viento y marea, contra mediocridad e ignorancia.

Por eso, no tener dignidad personal, resulta cómodo y confortable para vivir. Significa no tener que esforzarse para nada. Simplemente hay que aceptar la propia bajeza como algo natural, inherente e inevitable. España es un país de pícaros, hay que aceptarlo. Nunca tratar de cambiarlo. Con el ejemplo de uno mismo.

En este océano de la indecencia y la corrupción personal, lo último que se quiere ver es una isla de la integridad, con esa palmerita visible de la dignidad. Porque pone de relieve la mediocridad y la bajeza del resto que le rodea. Y es así, como muchos de los españoles, celebran la vulgaridad, la zafiedad, la ignorancia y la estupidez de los más variopintos personajes, porque en el fondo se identifican con ellos, se jalean a sí mismos al aplaudirles, al reírles sus gracietas.

Entre los de arriba y los de abajo, ignorantes y mediocres todos, se rebaja la dignidad del país entero. Culpables todos.

El verdadero deporte nacional español es la exhibición impúdica de la ignorancia, seguida con la mirada fija como se hace con el balón. Las patadas y faltas, abucheos y tarjetas rojas y amarillas son la envidia que se le tiene al digno, al decente, al capacitado, al inteligente y al que muestra talento.

Pero aún hay más…

Los cretinos se reinventan. Surge un tipo de personaje que tiene un desmesurado ansia de estar por encima de los demás, al precio que sea. Un ser orgulloso y prepotente con la única virtud de humillar a los demás, de aumentar sus defectos con lupa con el objetivo de elevarse a sí mismo por encima de los demás, sin la premisa básica del ser humano: el respeto. Claros ejemplos brotan por doquier como setas en un otoño lluvioso en nuestra sociedad. Consiguen que la sociedad les denomine como “gente si sincera, sin tapujos, que dice las verdades a la cara,…” “Que dice las verdades a lo bruto pero verdades al fin y al cabo”…ya, pero sin respeto. Y ahí tenemos a los Ristos Mejides, a los Chicotes,…

¿Seguirían siendo tan populares si trataran a los demás con respeto y consideración?

De esta nueva manera, más baja si cabe, el indigno se ve reflejado no con la víctima del menosprecio si no con el verdugo.

Duele aceptarlo.

Supone realizar un esfuerzo contra la sociedad que nos golpetea diariamente.

Pero te queda otra opción: aceptar que somos así y seguir el día sin preocuparte.

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