Pero no, todo lo contrario.
Porque los que están más arriba no lo están por méritos y buenos CV. Entonces:
¿para qué van a impulsar la Educación y la Investigación?, ¿para que les quiten
el puesto los más preparados? ¡Anda ya!
Algunos españoles se van quitando
ya las legañas económicas de la crisis. Nuestros problemas no van a cambiar de
la noche a la mañana por cambiar unos políticos por otros, ni por algo que sea
rápido y calificado como urgente.
Requiere mucho esfuerzo personal
de cada uno y sin tiempo, para largo, siendo constantes…por eso es tan difícil…y
para muchos imposible.
El mayor capital de un político
no radica en su capacidad de gestión, ni en la riqueza de su ideología, si no
en la habilidad a la hora de conspirar, crear alianzas, corromper y, llegado el
caso, traicionar a quien sea necesario con el fin de alcanzar el poder. Éste es
el lado oscuro del talento político. Para ello, el político triunfador, tiene
que tener don de gentes, carisma, capacidad de oratoria e interpretativa y un
perfecto dominio de la escena mediática. Competencias indispensables para
embaucar a las masas. Su credo es santificar a su partido y dignificar a sus
fieles militantes y adeptos votantes.
En España llevamos un siglo
padeciendo a los más estultos, ridículos e incapacitados políticos y
mandatarios. Líderes sin carisma, sin estudios de nivel, sin talentos
destacables; incapaces de hablar otro idioma que no sea el castellano.
Politicuchos de tres al cuarto con una oratoria vulgar. En cualquier otro país
pasarían desapercibidos, serían imperceptibles, pero en España llegan a ser
Presidentes del Gobierno. Algunos, demostrando incluso síntomas inequívocos de
enfermedad mental, son reelegidos.
Actualmente, como
Presidente, tenemos a un hombrecillo
mentalmente acomplejado, estólido, sin personalidad, lleno de traumas, que se
oculta tras un plasma para no evidenciar una vez más públicamente su
incapacidad intelectual ante preguntas incómodas de los periodistas. El mismo
que, siendo ya Ministro, abandonaba el Hemiciclo para encerrarse en su despacho
a saborear un puro mientras veía partidos de fútbol. El vago, el hipócrita al
que se le llena la boca al decir España, españoles,…el egoísta al que le
importa más el fútbol que “arreglar el país” premiado como Presidente del Gobierno
de España.
Pero mirémonos el ombligo: somos
los responsables, los únicos culpables de que tales mostrencos lleguen a ser
Presidentes del Gobierno. La sociedad española, desde tiempos inmemorables,
tiende a premiar al bruto, al necio, al zafio y, sobre todo, al que ondea más
alto y más fuerte su bandera de la ignorancia.
No conozco a otro país que
recompense tanto la ignorancia.
Y es que, España, lo hace tanto
que lo eleva a virtud, a idiosincrasia nacional. Vamos, que: “somos así”, y
encima hay que aceptarlo.
La televisión, cual potente imán
magnético, aúna los mejores ejemplos de ignorantes importantes y mediáticos
borregos. Los nuevos gurús a seguir y jalear. Todo ello para que vivan como
privilegiados gracias a su deformidad psicológica. Esto no se queda ahí, en la
tele, se eleva a mandatarios y dirigentes de la res pública, de la cosa
pública. Lo peor es que, aun sabiéndolo, no hay oleadas de indignación hasta el
punto de provocar el cese de sus cargos públicos. Solamente el chascarrillo y
el chiste fácil en pasillos, bares y tertulias de ascensor.
¿Por qué España premia tanto la
ignorancia?
La identidad de una persona se
conforma en base a dos factores: internos y externos. Personalidad e Influencia
Social. La influencia social del español tipo lleva incorporada la promoción de
la indignidad personal y el envilecimiento voluntario. El español tiende a
rebajarse como individuo, tanto que tiene una deformada visión de sí mismo y,
por supuesto, de los demás españolitos.
Para superar esto hace falta
esfuerzo. Casi nada.
La enorme diferencia entre vivir
teniendo dignidad y vivir sin tenerla radica en el esfuerzo que cada persona
debe dedicar a la construcción de su propia identidad. Tener dignidad y
decencia supone una lucha constante contra esa idiosincrasia de la ignorancia
heredada y que nos anega. Esforzarse continuamente para estar a la altura de la
visión que se quiere tener de sí mismo, de manera crítica, sin dejarse pisotear
ni humillar por nadie, defender sus derechos y su identidad contra viento y marea,
contra mediocridad e ignorancia.
Por eso, no tener dignidad
personal, resulta cómodo y confortable para vivir. Significa no tener que
esforzarse para nada. Simplemente hay que aceptar la propia bajeza como algo
natural, inherente e inevitable. España es un país de pícaros, hay que
aceptarlo. Nunca tratar de cambiarlo. Con el ejemplo de uno mismo.
En este océano de la indecencia y
la corrupción personal, lo último que se quiere ver es una isla de la
integridad, con esa palmerita visible de la dignidad. Porque pone de relieve la
mediocridad y la bajeza del resto que le rodea. Y es así, como muchos de los
españoles, celebran la vulgaridad, la zafiedad, la ignorancia y la estupidez de
los más variopintos personajes, porque en el fondo se identifican con ellos, se
jalean a sí mismos al aplaudirles, al reírles sus gracietas.
Entre los de arriba y los de
abajo, ignorantes y mediocres todos, se rebaja la dignidad del país entero.
Culpables todos.
El verdadero deporte nacional
español es la exhibición impúdica de la ignorancia, seguida con la mirada fija
como se hace con el balón. Las patadas y faltas, abucheos y tarjetas rojas y
amarillas son la envidia que se le tiene al digno, al decente, al capacitado,
al inteligente y al que muestra talento.
Pero aún hay más…
Los cretinos se reinventan. Surge
un tipo de personaje que tiene un desmesurado ansia de estar por encima de los
demás, al precio que sea. Un ser orgulloso y prepotente con la única virtud de
humillar a los demás, de aumentar sus defectos con lupa con el objetivo de
elevarse a sí mismo por encima de los demás, sin la premisa básica del ser
humano: el respeto. Claros ejemplos brotan por doquier como setas en un otoño
lluvioso en nuestra sociedad. Consiguen que la sociedad les denomine como
“gente si sincera, sin tapujos, que dice las verdades a la cara,…” “Que dice
las verdades a lo bruto pero verdades al fin y al cabo”…ya, pero sin respeto. Y
ahí tenemos a los Ristos Mejides, a los Chicotes,…
¿Seguirían siendo tan populares
si trataran a los demás con respeto y consideración?
De esta nueva manera, más baja si
cabe, el indigno se ve reflejado no con la víctima del menosprecio si no con el
verdugo.
Duele aceptarlo.
Supone realizar un esfuerzo
contra la sociedad que nos golpetea diariamente.
Pero te queda otra opción:
aceptar que somos así y seguir el día sin preocuparte.
Como siempre Smith dándoles y dándonos un merecido repaso
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